Es tarde en Santiago y el día ya está oscuro. Pocas personas siguen circulando por sus calles, porque la mayoría de los negocios comerciales están cerrados. Así es un sábado por la noche en el centro de la capital, pero lo que nunca se apaga y sigue en movimiento es su Plaza de Armas. Cada esquina sigue ocupada por los de siempre, al frente de la Catedral se paran los humoristas para alegrar el amargura de aquellos atrapados en la rutina, un par de chistes y la capacidad de reírse de uno mismo ayudan a cualquiera.
Por otro lado están los viejos ajedrecistas con sus partidas eternas y torres, caballos y alfiles que no paran de moverse. Hay categorías entre ellos y eligen con cuidado su rival a vencer. En la otra esquina una mujer reúne a muchas personas a su alrededor mientras canta “Don’t Speak” de “No Doubt” con un peculiar tono de voz e intercalando comentarios al publico entre cada estrofa. Observando tímidamente está el vendedor de globos y máscaras de animales, con su pequeño carro con rueditas da vueltas por la plaza. Vende globos con helio y unos martillos que debes soplarlos para poder inflarlos, también máscaras de animales y “Power Rangers”. Lee pausadamente su diario y se detiene más tiempo en algunas páginas. Los pintores siguen trabajando en el área que se ganaron, que a estas alturas de la tarde quedan pocos. Se caracterizan por hacer réplicas de otros pintores, retratos, paisajes y en algunos casos llevan un poco más lejos la creatividad y crean versiones propias.
A la salida del metro que da a Ahumada, está un grupo de aficionados a la astronomía con tres telescopios. Muchos padres con sus hijos entusiasmados pagan los doscientos pesos para poder ver los anillos de Saturno, que en este día están mucho más visibles. Un señor de barba se encarga de ajustar los telescopios y ayuda a los niños para ver bien el planeta y las estrellas a su alrededor. En el centro de la plaza se congregan los desamparados, los sin casa, los vagabundos y sus perros. Armados de alguna manta o un chaleco viejo se tapan y usan algunas de las muchas bancas que hay en la plaza. Piden sin descaro a quien se les cruce y utilizan ese dinero para comer lo que puedan o en su defecto para beber. Son bastantes y tienen su territorio demarcado, algunos son amigos entre ellos y beben cerveza o vino en grupos. Los demás son seres solitarios o en compañía de un amigable perro que presta su calor a cambio de algunas sobras de lo poco que almuerce en el día su amo.
En el medio de todo, y yo sentado en una de las bancas, están los predicadores: hombres de potente voz y ferviente fe que pocas veces aglomeran gente a su alrededor pero eso jamás los detiene. En sueños se les apareció Dios y su misión es compartir sus enseñanzas y tildarnos a todos de pecadores pero que aún así podemos cambiar el rumbo de nuestras vidas, aún estamos a tiempo. Es ahí en el medio de la Plaza de Armas de Santiago donde este hombre tocado por Dios transmite sin parar todo lo que aprendió con su pequeña Biblia, a los transeúntes les habla directo a los ojos y a quien esté dispuesto a escucharlo le dará un charla moralizadora. Este personaje en esta tarde de sábado, es mucho mas híper ventilado que cualquier otro predicador y con su dedo acusador me apunta para que escuche su palabra. Falta poco para el fin de los tiempos y aún estamos a tiempo para arrepentirnos y llegar al reino de los cielos, lugar donde nos espera nuestro señor Jesucristo con los brazos abiertos, al menos eso es lo que el cree y es respetable. Esperemos que todo esto aún no se acabe, la vida en la Plaza de Armas jamás trascurre lenta y hoy no fue la excepción.
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